Tengo
un sentimiento que no conozco, me nace del pecho y burbujea en mi
estómago, me hace flotar por las calles y perder la memoria mas
inmediata.
¿Qué cosa tan extraña me pasa?
Me paso las mañanas
cantando en la oficina, escribo todo el día en un cuadernillo azul quién
sabe qué tantas incoherencias, todo el tiempo tengo hambre...sospecho
que más bien es una sensación de vacio en el centro del estómago que me hace comer manzanas amarillas porque no me hacen daño.
Mi mirada guarda un extrañísimo brillo melancolico, y por más que me
maquillo no se va, ahí se queda como advirtiendome algo que no sé...me
da miedo.
Maldito sentimiento desconocido, me dan ganas de cantarlo y a la vez golpearlo para que muera un poco.
No he podido asfixiarlo con el humo del obligado cigarrillo de la
tarde, aquél que me ayuda a olvidar la sesación de hambre y me despierta
para terminar mi día en el trabajo.
Por más agua que tomo tampoco se ahoga
Tengo la leve sospecha, de que eso debe sentir un humano cuando se
enamora, y por dios...qué pesadilla vivir bajo tal sopor insoportable,
en donde las nbes parecen algodones azucarados, el aire huele a flor de
naranjo y los atardeceres inspiran a recitar bellos poemas.
Qué asco, cuanta vulnerabilidad y yo, escritora de noches soliarias ¿me siento así?
No señor, eso no le pasa a los escritores, nosotros creamos ese mundo
para los imbéciles mortales que dejaron de creer en el gordito de traje
rojo que dejaba juguetitos anajo de su nada bonito arbolito de navidad
lleno de foquitos multicolor con horrorosas melodías de la época más
infelíz del año.
¡Qué putas ganas tengo de un beso!
Un
beso de esa boca que me invitó al pecado por unos breves instantes y
que seguramente su dueño me está leyendo y tal vez torciéndose de la
risa.
Si, dando de risotadas en su piso de madera, escuchando alguna
rara canción en un idioma aún más raro. No me importa, sólo escribo lo
que se me antoja a esta hora en que se supone debería estar perdida en
brazos de Morfeo.
Puede ser esa falta de descanso la que me hace alucinar con tal levedad del ser...
¡Maldita mortalidad!
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