sábado, 22 de febrero de 2014

Blues para despertar

No puedo contener las lágrimas, esto no puede estar sucediendo.

Sería mejor olvidar todo esto, pero ¿Cómo pretender ignorar estos breves días llenos de todo aquello que jamás me hubiera permitido vivir?

Enciendo la radio, busco algo que tranquilice a mi alma agonizante.
Mientras las gotas de lluvia comienzan a colorear de humedad el interminable pavimiento a mi paso, me encuentro con una estación que toca blues. Subo el volúmen y trato de perder mis pensamientos entre aquellos acordes lentos y profundos, llenos de una rara pasión que me hacen entrar en un estado de manía total.
Llego por fin a casa, estaciono el auto, y subo los interminables pisos de escaleras de caracol.
Escalón a escalón voy tomando una nueva conciencia que me van calmando . Saco las llaves, abro la puerta y observo la inmensa alfombra marrón que adorna mi estancia, el gran sillón que ha sido testigo de mis alegrías y lágrimas, la botella de vino a medio terminar que yace en la mesita en el centro de la sala.
Al fondo observo mi abandonadísimo comedor, que en tiempos mas afortunados fué testigo de tantas comidas llenas de noticias y risas que parecen tener un eco fantasmal que se guarda entre mis muros y que de cuando en cuando juega a torturarme con sus sonidos.

Algo llama mi ateción, hay un papelito solitario en ella, termino pues de entrar, dejo en el sillón la chamarra y me desago de las botas. Sirvo el restante del vino en una copa y tomo el papel. Para mi sorpresa es aquella servilleta arrugada del día en que conocí a Rafael.
Con gusto, leo su interesante contenido...un incesante blues me inunda los sentidos. Ya todo está bien.

Alzo la mirada, el chico de piel tostada me mira intempestivamente desde un rincón, tomo mi cigarrillo, le doy una gran fumada; le regalo una sonrisa breve y un tanto burlona mientras retomo mi atención hacia la pareja que baila esplendorosamente tango.
Suelto una carcajada, tomo mi servilleta y la guardo junto con todas las demás.
Es increíble la cantidad de historias y dolores que puede crear un escritor al ver un rostro hermoso y una clara intensión  de ilegalidad sentimental.
Pido la cuenta, y dejo una gran propina. Me levanto de mi asiento, doy una mirada más al hombre del rincón y salgo del bar.

Hoy, tengo mucho por escribir.

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