jueves, 13 de marzo de 2014

Soliloquio antienamoramiento

Recién el alba anunciaba la inminente llegada del nuevo día, cuando saltaste a mi mente.
Sonreí, y fue a plena inconsciencia del hecho propio del ejercicio maxilofacial que me atacaba.
Por un ínfimo segundo cerré los ojos y me transporté al momento justo en que nuestras miradas se encontraron entre un océano de almas inmersas en un soliloquio de individualidades.

Allí estabas, reluciente, listo para hablar sin siquiera separar los labios. Te clavaste en mis ojos, los cuales huyeron por la incertidumbre de aquella posibilidad del ser que irónicamente comenzaba a pelearse con el deber ser.
Volví la mirada hacia ti, tratando inútilmente de convencerme de que aquello distaba mucho de ser una declaración de cazador a presa; pero tus ojos volvieron a recitar aquél poema ancestral de atracción, en donde me convertí en aquél ser indefenso en las fauces de la bestia.


No puedo concebir ahora mismo la idea de mi débil atrevimiento, tendré que tomar la drástica medida de la vacuna que me salve de alguna errática taquicardia cuando tu presencia abrace mi entorno, en caso contrario tendría que sufrir la consecuencia de tener brillo en la mirada, entendimiento nublado, y un tipo muy severo de ceguera.

Prefiero colocarte la etiqueta de monstruo antes de que mi débil corazón tome la determinación de salir de aquél sueño farmacológico en que lo he metido para no vivir la pesadilla de caminar sobre alguna peligrosísima nube rosada.

Anda pues, lárgate ya de mis pensamientos, ya que me parece muy arriesgado estar escribiendo líneas con tu nombre oculto entre ellas, no puedo arriesgarme al hecho de tener la curiosidad de conocer tus secretos y terminar por escribir un millón de historias dedicadas a tu sonrisa.

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