viernes, 17 de agosto de 2012

Frutos de Eternidad

En un principio creí conocer todos los estadíos de la felicidad, pero jamás me imaginé que en esa nochebuena, se comenzaría a anunciar el más grande acontesimiento de mi vida mortal.
Daban las 10 pm cuando algo pasó en mi interior; al estar haciendo los últimos arreglos de la fiesta de Navidad, mi organismo se puso en contra mia, haciéndome repelar por mi condición humana.

Pasé la peor de mis semanas entre malestares, tés y demás remedios que no funcionaban.
Diablo se sentía desconcertado de tremenda condición.

Ninguno advirtió la señal que el universo nos mandaba con sus partículas estelares.
Un chispazo, una idea, y de repente sale Diablo sin mencionar su destino. Diez minutos más tarde regresa con algo que me sorprede y a la vez me provoca urgencia usar.
Dejo pasar tiempo, y ahí están, dos pequeñas líneas rosadas que dan el diagnostico...Diablo y yo, seremos padres.

7 semanas de llevar al fruto eterno de nuestro amor, ahí comenzaba la mas bella carrera de nuestras existencias.

Durante mi juventud imaginaba cómo hacer verdaderamente felíz a un hombre y hasta que por un ultrasonido vimos a nuestro bebé, lo entendí.
Los ojos de Diablo estaban llenos de alegría y algunas lágrimas. Fue la primera vez que le vi tan enamorado de otra persona.

Fue como si una colisión estelar se apoderara de la sala de aquel consultorio, sentí la verdadera felicidad en un suspiro.
Así semana con semana nos uniamos más, y no hablo sólo por el placer de la carne, hablo en todas las formas en que dos seres pueden unirse.

El ver a ese pequeño ser creciendo dentro de mi, observar las reacciones de mi amado al sentirle patear mi vientre hicieron que, mes a mes mi amor hacia Diablo creciera; por fin había dejado el estigma de la Julieta abandonada por la accidentada tragedia de su amado Romeo.

Así llegamos a las 38 semanas, era Viernes, lo recuerdo bien.
Nervio y ansiedad flotaban en el ambiente mientras llegaban mis contracciones con más intensidad, 2cm de dilatación fue el diagnóstico para llevarme al hospital para que se me practicara una cesárea.

Y ahí llegó la  cumbre de la perfección.
No tomé importancia del equipo médico a mi alrededor, para mi en ese momento solo estabamos él y yo.
No recuerdo sonido alguno, sólo mucho movimiento, su rostro preocupado por mi comodidad y en un segundo, ahí estaba ella, con su primer llanto lleno de vida, en manos de su padre, las primeras manos en tocarla, en darle la bienvendida a la mortalidad.

Ese fue el momento más perfecto de mi vida, en el manuscrito estelar, ella entrelazó nuestros destinos para la eternidad, pues es la prueba viviente de nuestro más profundo amor, y es la confirmación de la unión conciente de nuestras realidades.
Ahora, ya nada más importa, Diablo y yo, somos padres de una hermosa niña.


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