jueves, 13 de septiembre de 2012

El día de mi boda

En el día de mi boda, la luz del amanecer  ilumina mi rostro, mientras mi madre ya ha preparado cada detalle de mi arreglo.

El clima es cálido, y una rara sensación permanece en mi estómago, pues en breves horas me uniré al hombre de mis sueños.
Después de un baño relajante, mamá y hermana esperan para peinarme y maquillarme, para lucir como una reina en mi gran día.

Saco del armario mi hermoso vestido blanco, con delicados detalles de encaje; tiene una cola tan larga que abarcara el pasillo entero de la iglesia. El velo, cae delicadamente en mi rostro, para que pueda dar un halo de misterio cuando papá me deje frente al amor de mi vida en el altar.

Hermana ha terminado de arreglarme, me veo en el espejo y puedo ver el amor reflejado en cada detalle. Mamá me ayuda a vestirme, cuidando cada detalle del vestido para que esté perfecto.

Papá llega a casa, pues es casi hora de irnos, viste un traje gris hermoso que lo hace lucir de lo más elegante, su pelo ya pinta algunas canas, su bigote siempre negro también tiene algunas lineas blancas pequeñas.
Con él, viene mi hermano, y parece estar más nervioso que yo.

Soy la más pequeña de mis hermanos, soy la última en irme de casa.
Nos sentamos una vez mas en familia, como en aquellos días de infancia en los que conviviamos felices.

Subimos al coche papá y yo, está adornado con hermosos arreglos de flores. Mientras avanzamos hacia la iglesia reina un silencio sepulcral. No dejo de observar el ramo que mamá me ha regalado, tiene rosas blancas y rosadas, también gardenias que lo perfuman; un liston envuelve los tallos, adornandolos con un bello moño.

Llegamos a la iglesia y por la ventana puedo ver a toos mis seres amados, veo a los amigos que fueron participes de inolvidables aventuras; todos se emocionan al verme llegar. No puedo creer tanta felicidad, todo es perfecto.

Papá me ayuda a bajar del coche y me toma entre sus brazos, apretandome como cuando era una niña pequeña y me avalanzaba hacia él apenas lo veía cruzar el umbral de la puerta todas las tardes después del trabajo.
Me da un beso y me dice que me ama y que me desea toda la felicidad del mundo. Lo tomo del brazo y entramos a la iglesia. La hora ha llegado.

La marcha nupcial resuena en el órgano de la iglesia; se abre la puerta y puedo ver millones de alcatraces adornando el lugar, camino sobre una alfombra de fino terciopelo rojo. Volteo a mis lados y veo la cara de todos aquellos que comparten mi felicidad.
A lo lejos, esta el amor de mi vida. Llegando al altar veo a mi madre, a mi hermana con sus hijos, a mi hermano con su esposa y finalmente apretando su mano, veo a papá a los ojos; está a punto de llorar.

Me entrega con el amor de mi vida. Y ahí estas tú, tomándome de la mano, tienes una gran sonrisa que me hechiza; un millón de mariposas revolotean en mi estómago.

Un estruendo...despierto...

En el día de mi boda, recuerdo con trsteza mientras la brisa matinal besa mis mejillas, que mi hermana se ha ido, al igual que papá. Están en el cielo, cuidandome del mal.
Recuerdo que no tengo un anillo de compromiso que vista mi dedo anular, que no hay un vestido en el armario; y que el amor de mi vida está prohibido para mi.
Volteo y recuerdo con un nudo en la garganta que no es el día de mi boda, pues me escondo tras la máscara de la que nunca querrá una boda, pues decií cambiar mi sueño, por el éxito de una carrera y el amor incondicional de una hija.

En el día de mi boda lloro como Julieta que ha perdido a su Romeo en el juego de la muerte.
Ese día, lo único real, es la rosa blanca en mi buró, que delicadamente se deshoja con el tiempo.


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