viernes, 20 de julio de 2012

Perdida en el paraíso

Pasan las semanas y los meses, el tiempo se vuelve efímero en su ausencia; ni infierno ni paraíso, sólo el pasar de las horas mientras paseo por mi balcón.
Diablo se ha perdido entre la bruma, y esta vez no ha regresado; sólo una paloma mensajera me confirma su breve existencia, pero mi corazón late cada vez menos, y no es falta de amor amiga Luna, simplemente, no tengo esperanzas vivas, sólo dejo que las horas avancen, que la erosión se haga cargo de acabarse mi mortalidad.

Una extraña sombra negra se hace presa de mis ojos, mi piel se reseca y absorbe con velocidad el rápido correr de las lágrimas que escapan a mi voluntad.
Es Lunes, Martes, no lo sé, el tiempo ha dejado de importarme, soy Julieta sin idea del amor. ¿Cómo es que lo tuve y lo perdí?
Ya no busco respuestas a mis eternas preguntas, prefiero que el oxígeno me sane, espero un rayo de sol en mi nublado horizonte.

Caigo dormida, en el más profundo de los sueños, desearía ya no despertar. Un estruendo en el cielo y reconozco un olor, una presencia familiar; trato de convencer a mi mente de que la locura trata de jugarme una broma, una de la cual no quiero ser participe.
Silencio, una mano me acaricia dulcemente; mi corazón encuentra el botón para encenderse. Aprieto los ojos, temo que al abrirlos aquello se esfume.
Tibios labios me regalan un beso, escucho mi respiración, con ello confirmo que no he muerto; hay algo que trata de revivir mi traicionado cuerpo.

Un olor, un calor que mis poros reconocen en la ceguera de la depresión; aún aprieto mis ojos; trato de convencer a mi lógica que aquello ya no es posible.
Estiro con delicadeza el brazo y oprimo el botón de mi lámpara de noche, esperando que los fantasmas huyan y dejen la desesperanza de mi ser intacta.
Poco a poco abro los ojos; bruma, irrealidad y sin más, su rostro.
Ha vuelto en complicidad de la noche.

Navego en el océano de mis pensamientos mientras exploro la profundidad de sus ojos negros, y ya no puedo pensar, no puedo emitir sonido alguno. Simplemente me sumerjo en su aliento, en el beso más puro y sincero que mis labios han dado.
Se acelera mi respirar, quisiera llorar, pero no puedo dejar de morder esos labios que ya no recordaba, eran una ligera bruma en mi memoria.
Será la extrema felicidad o es que la gravedad ha dejado de existir, pues siento que mi cuerpo vuela. Estoy probando el cielo en los brazos del sueño del infierno.

El deseo se ha apoderado de mi, es mágico tenerle entre mis brazos mientras la lluvia armoniza los sonidos de nuestro amor en proceso de la más pura consumación.

Imploro a las estrellas que este placer celestial no termine.
Y ahora me convenzo de que es un pecado ocultar un amor como este; no es posible que nadie pueda ser testigo de la máxima expresión del amor.
Me siento perdida en el paraíso, pues conozco la felicidad, la verdadera, no la que prostituyen en las calles.
Amo al hombre que me visita esta noche, pero soy conciente de que volverá a perderse.
Desearía visitar al oráculo para que me aclarara mi destino.

Recorro y dibujo en su piel las estrellas que se han tatuado en él, es el deleite más grande para mi ser, quisiera hacer eterno este momento, pero como todas las buenas cosas de la vida tiene que acabarse.

Como cómplice de la noche, huyendo del primer rayo matinal baja de mi balcón, abriendo las entrañas de la tierra para adentrarse en su mundo.
Esta vez no hace promesas, y me deja con la incetidumbre de verle alguna vez más.
Mientras aquí me quedo, hablándote mi gran amiga, que brillas blanca y fría allá en el exterior del universo.

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