viernes, 16 de noviembre de 2012

La doliente ansiedad

¿Qué diría toda esta gente si supiera el secreto que el silencio de los años ha guardado?

Tan plácido y tan bello, así te ves en ese fino ataúd de caoba en donde está tu cuerpo, aquél que interminables veces pude admirar.

La premura de la juventud hizo de nosotros una pareja inseparable, totalmente incapaz de respirar en ausencia del otro.

Recuerdo con nostalgia aquél año en que llegaste mi dulce extranjero, lleno de ideas nuevas y con el aroma del mundo que se escondia más allá del horizonte.

Era una tarde de Octubre cuando te vi pasar frente a mi; alto, de piel canela y ojos de avellana. Te dirijiste a mi padre para preguntar una dirección. No me volteaste a ver y yo, por completo te ignoré.
Hasta que esa mirada tuya se posó en mi joven silueta, virgen, sin marca de pecado. Recuerdo haber perdido la conciencia dentro de tus ojos, sentí que en ellos se encontraban todas las respuestas a las preguntas que jamás hubiese imaginado.

Vi como te alejabas siguiendo tu camino, quedandome con lo único que pude escuchar de tu boca, tu nombre. Adrian.

No pasaron nisiquiera 24 horas para que las mujeres casaderas de los alrededores hablaran de ti.
Corriendo el rumor de que eras soltero, adinerado y claro, bien parecido.
Escuchar tu nombre, hacía que me estremeciera, me sudaban las manos, el corazón se me aceleraba; tenía miedo de que quidiera salirse de mi cuerpo.

Para mi buena fortuna, llegaste como profesor del colegio al que asistia, así podía tenerte un poco cerca de mi, conocerte y hacerte participe de mi existencia, pero no de mi interés. Sentía una profunda vergûenza de parecer promiscua al tratar de llamar tu atención.

Aún no logro comprender cual era tu intención al acercarte a mis padres esa tarde para pedir permiso para pretender mi amor, pero fue lo más hermoso que me podía pasar a esa edad, en donde la daga de la inexperiencia se me clavó en la razón.

Recuerdo esa bella rosa que dejaste en la entrada de mi casa, con la bella nota que aún guardo cerca de mi corazón "Una rosa roja para un ángel que Dios me mandó del cielo"
La primera de muchas antes de que decidieras dirigirme la palabra para invitarme a salir.

No podía contener la emoción que sentía en la boca del estómago como un gran vacío. Mi madre ayudó a escoger el vestido rosado que llevé a aquél lujoso restaurant en donde por primera vez hablamos de nosotros, de quienes eramos y quienes queríamos ser en el futuro.
Supiste enamorarme, eras un profesional de la palabra; podría decir que en tu boca nacía el pecado de tus palabras y de ellas bebia el pecado de mi inocencia.

No recuerdo haber vivido dos años tan felices como aquellos en los que fuiste mi pretendiente. Todos los días prometiendome bellos atardeceres y noches de infinitas estrellas.

No hubo en mi vida día más felíz que el día en que pediste mi mano,me sentí la mujer más afortunada del mundo.
El bello anillo con ese solo diamante al centro fue la expresión mas pura que podía conocer de tu amor hacia mi.
Un año me pediste para que la orgaización de la boda estuviese a pedir de boca.
Recuerdo bien, el bello jardín que escogi para el banquete de bodas, el menú, las bebidas, los adornos, el pastel.
La hermosa iglesia que vería concretado el sueño mas tierno de mi vida; mi boda, nuestra boda.

Nada en el mundo, podía arruinar mi felicidad.

Hasta que el día de nuestra boda llegó.

Desde temprano las mujeres de mi familia llegaron a arreglarme, desde el cabello hasta la punta de los pies. Tenía en mi ajuar, algo nuevo, algo viejo, algo usado, algo azul; excluimos las perlas para evitar las lágrimas en el matrimonio.
Llegar a la iglesia y ver a todos nuestros invitados, las flores, los olores de la próxima felicidad que me esperaba.
Al final del pasillo, estás tu, con una gran sonrisa, pero tienes un gesto parecido al miedo, que paso por alto.

Comienza la ceremonia, camino la marcha nupcial del brazo de mi padre, hasta que me entrega contigo. El sacerdote comienza a hablarnos de el gran paso que estamos dando, de la importancia de la sinceridad y la comunicación entre nosotros.

Tiempo atrás me habias confesado haber estado casado antes, pero por desgracia, haber enviudado en los primeros meses de matrimonio a causa de una enfermedad incurable.

Nunca sentí celos, ni curiosidad por tu difunta esposa, hasta que en pleno ritual matrimonial mi vida se vería destrozada por la llegada de un fantasma, un muerto salido de su lecho mortuorio. Tu esposa.

Quise morir, lo juro, pero antes de ello, sentí una sed de sangre y venganza que jamás hubiese imaginado sentir.

Pero la inteligencia me dio a entender que sólo ella podía tomar venganza en mi nombre.

El dolor me corría por las venas, cuado decidí salir tranquilamente de la iglesia, vestida de novia, csminar por el pueblo sin derramar una lágrima. Llegar a casa, subir las escaleras, entrar en mi recamara y verme al espejo. Qué bella me veía, el disfraz de novia me sentaba de maravilla.
Tomé las tijeras y aún sobre mi cuerpo desgarré ese vestido que tantas ilusiones tenía bordadas, no lloré, ni una sola lágrima.

Enfrenté a tu esposa, quien me siguio enardecida por la furia de tu infidelidad.
No podía entender por qué, el hombre quien me juró que en mis ojos había encontrado a su alma gemela pudiese hacerme esto.

Ella, sabía de mi existencia, pero no como novia de Adrian; ella me conocía como la alumna desamparada, la obra de caridad.
Una pobre mujer sin futuro, con sed de conocimiento y sin pretenciones de matrimonio con algún buen mozo.
Ya no solo me dolía la traición, me hervía la sangre al saber que ellos se comunicaban, que él se burlaba de mi en sus cartas, que nunca me tomó enserio.

Lo que más me dolía, era haber confiado en su falsa palabra y el haberle entregado mi inocencia sin saber cuál sería la dolorosa consecuencia.

Continuará...

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