jueves, 26 de abril de 2012

Dosis matinal de cafeína en la ciudad

Caminando por el sendero que empieza a recordar mis breves pasos citadinos, llamaba mi atención un lugar, breve, agradable; un café enmedio de una ciclopista.
Durante semanas, lo acechaba sigilosamente, como gato a su presa; lo estudié y finalmente un día, con mucho tiempo de sobra en mi reloj de compromisos, decidí parar y comprar un delicioso té chai, de esos que sólo los conocedores de los buenos placeres del beber pueden disfrutar.

Me atendió un agradable caballero de aspecto amistoso, de esos que inspiran confianza y ganas de hacerle amistad.
Sin mucho que decir en aquel momento, segui mi camino por el sendero de aquella ciclopista.

Hoy por la mañana, vi mi reloj y éste me dio aviso de un espacio de 2 horas, sólo para mi, para dedicarlas a uno de mis mayores placeres, degustar un exquisito café y claro, una buena lectura patrocinada por mi autor favorito.

De inmediato cruzo la calle, y de nuevo estoy en esa ciclopista llena de trabajadores apresurados y presos de sus jefes y relojes.
Me invitan a sentarme en una cómoda silla con una piel de borrego encima, ésta vez pido un capuchino ligero, con dos bolsitas de mascabado para endulzarlo.
Comienzo entonces una deliciosa plática con el chico que atiende, y enseguida se nos une su encantador proveedor; es entonces cuando mi deliciosa lectura se ve olvidada y doy paso a disfrutar de una buena plática, llena de cosas interesantes, gustos y coincidencias, que hacen que mi tiempo vuele.

Por largo tiempo, no había disfrutado de tan amena compañía, tomando el que considero uno de los mejores cafés de mi vida.

Con un paladar agradecido, ansío mi regreso a áquel sendero, en dónde un café con renta de bicicletas, parece perdido entre el mundo de gente que paga por llevar en la mano una marca, sin saber que cruzando la calle a unos pocos metros podrían deleitar sus maleducados paladares con el arte de un café hecho con la cálidad que los dioses nos heredaron.

Gentil lector, si un día pasas por la ciclopista de la calle de Ferrocarril de Cuernavaca, date un tiempo para degustar de un buen café y de excelente compañía. Reconocerás la calidez del lugar por lo plateado de sus sillas cubiertas con pieles chinas de borregos menos afortunados.

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