viernes, 29 de junio de 2012

Eternidad sin Infierno

De qué me ha servido ser la hija del buen pastor, si de buenas a primeras las puertas del Infierno se me han cerrado a siete candados.
El paraíso de la vida mortal, se asemeja más a un purgatorio lleno de dolor, pues hace ya muchas lunas que no puedo tener a mi Diablo conmigo.

Cada noche salgo a mi balcón, esperando a ver esa bella silueta acercándose a mi recinto; pero lo único que observo es la constante lluvia y eternas horas de oscuridad.
Trato de pensar que la lluvia siente celos de nosotros y ha terminado por evaporar el calor de aquél inramundo tan celestial para mis ojos.
Lo único que puede consolar a mi alma solitaria y agonizante, es recibir pequeños mensajes de amor en las horas de sol, en donde tengo que vivir en la hipocresía de la realidad en donde soy aquel cordero de suaves pieles, que tiene todo lo que cualquiera quisiera tener.
Esos mensajes aseguran que no corra deseperada a burcarle. Sé que el Infierno no se ha cerrado por completo, y que este prototipo de Julieta aún conserva al sueño de sus insomnios.

Cuando las estrellas se apoderan de la atmósfera gasto las interminables horas de mi conciencia, tratando de imaginar a Diablo llegando con su majestuosidad a mi habitación, cuando el claro de luna ilumina delicadamente mi silueta. Pienso en su boca recorriendo los rincones de mi inocencia, en sus manos acariciando mi piel, en esos ojos negros y profundos que hablan y recitan dulces palabras de amor y también esos deseos escondidos.
Así paso días y noches, perdiendome en la irrealidad de mis pensamientos; y de pronto en uno de esos momentos en donde le pienso con desdén, un silencio sepulcral se apodera de mi habitación y un olor la inunda haciendome desvariar de felicidad.
Volteo y ahí está él, en la entrada de mi habitación, alto, de piel canela, ojos negros, manos que encuentran en el pecado el mismo paraíso; y esa boca se funde en la mía con la desesperación de los días en la más pura abstinencia del amor,

Parece que sólo somos él y yo en ese mundo, en esa habitación; todos desaparecen, como si el universo nos regalara un breve suspiro en soledad.
No puedo evitar perderme al calor de sus brazos rodeando mi cintura. En un momento, la ropa pasa a ser mero trámite de los pudores mortales, nos vemos frente a frente, sin poder evitar perdernos entre caricias que pronto nos llevan a la cama, que en ciertas madrugadas ha sido fiel testigo de nuestras entregas.

El calor de la habitación va cambiando según nuestros deseos; finalmente quedamos recostados, con la respiración agitada, con sudores que no distinguimos si son los propios o los ajenos.
Me recuesto sobre su pecho, y escucho su corazón. Sus manos, acarician sutilmente mi silueta, perdiendose en mi cintura.
No hace falta que me diga que me ama, pues sus ojos me lo dicen a cada momento. Promete que no habrá más separaciones prolongadas entre nosotros.
Confirma que la lluvia ha sido la culpable de nuestra mala fortuna, pues sus celos de tener que evaporarse cuando nos encontramos, la hace enfurecer.

Me pide pues, que regresemos a la realidad de la hija del buen pastor.
Bajamos las escaleras a compartir un poco de comida para recuperar la energía gastada en nuestras pasiones.
Recuerdo bien el dicho que escucho desde pequeña al estar con él a la mesa: "Hay que ser una dama en la mesa y una puta en la cama"
Sabias palabras sin duda, pues reflexiono brevemente el hecho de que una dama en la mesa si soy, y con la edad la puta se fue saliendo, conforme aprendiamos el arte del amor en las camas.

Veo a Diablo y estoy segura de que aún falta mucho por aprender, pero con él estoy dispuesta a aprenderlo todo. En la realidad que nos toque vivir, estaremos juntos.
Tratando de no vivir nuestra eternidad sin ese infierno que vio nacer nuestro amor, tratando de hacer crecer nuestro amor a universos desconocidos.
Pero sólo el tiempo tiene el veredicto final, por mientras me despido de Diablo, pues ya le llaman en el infierno; me da un beso, me toma entre sus brazos y me dice delicadamente al oído que me ama, mientras que mi piel se enchina al roce de sus labios.

Sin más remedio que despedirlo a la salida de la primer estrella noctura, le veo alejarse, teniendo la seguridad de que el Infierno ha abierto nuevamente sus puertas para mi.


1 comentario:

  1. Hola Sally, me llamo, para cualquier efecto práctico, Metrodoro. Alguien que te quiere mucho me pidió que diera mi opinión sobre lo que escribes. Espero que sea la primera de otras tantas veces que te escribiré mis comentarios y puntos de vista. No me considero una autoridad ni mucho menos, acaso sólo me considero un lector atento. Sobre tu texto "Eternidad sin infierno" me gustaría decirte algunas cosas. El arte de la escritura es sobre todo un arte de reescritura. Se trata de reescribir muchas veces, todas las veces lo que uno escribe, no importa si va a ser un libro para publicar o una carta o un blog. Creo que hace falta que lo reescribas y le cambies cosas y añadas otras y eliminas unas más. Tienes un buen argumento, un íncubo que visita a una mujer en su lecho. Es un tópico del romanticismo. Veo que has leído a escritores románticos. Quizá podrías arriesgarte más, sorprender con algo más inesperado. La dicotomía maldad-bondad, que se trasluce en otras dicotomías: pecadora-inocente, pecado-justicia; podría tomar un aspecto menos binómico, con mezclas quizá poco claras entre lo bueno y lo malo, menos explícitas. El amor prohibido (o alguna forma de la prohibición del amor) es una de las características del Romanticismo. Busca ahí, en la locura, en el incesto, en las ninfas, en los pintores románticos ingleses, en la pintura de Grunewald (que es barroco), en Huymans, en Chateaubriand (que no es romántico todavía pero que los antecede primeramente sin duda), en su historia de "René y Atala", en Strindberg(que es un poco posterior), en Novalis, en Holderlin, incluso en Lovecraft. Tienes buen material para trabajar, falta pulir tu escritura y tu argumento. Saludos.

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